Al regreso de este viaje, Nuria me pregunto. -¿Que has visto? Le respondí, miradas.
En la isla de Goree en Senegal, conocida como la puerta del no retorno se ubicaba uno de los puntos de salida de los esclavos hacia el continente americano. Estoy seguro que todos aquellos que fueron esclavizados contra su voluntad, antes de ser embarcados giraban sus cabezas para ver por ultima vez la costa africana. La energía de esas miradas se ha perpetuado en el perfil del paisaje y en cada africano, por eso hoy cuando un viajero pone el pie allí, encuentra el espejo de todas las respuesta y la llave de todas las dudas.
En Dakar nos esperaba Fally, nos conduciría hacia el interior pasando por Tabacounda hasta el país Bassari, cerca de la frontera con Guinea Conakry, desde allí regresaríamos a la costa por el sur siguiendo el río Cassamance y tomaríamos un barco hasta la capital.
Senegal es un país de contrastes, donde el norte es desértico y el sur es frondoso y tropical. En el verano del 98, la guerrilla independentista de la Cassamance se había replegado y de este modo pudimos llegar, no sin dificultad ,a la isla de Karabanne, allí nos alojamos en una antigua misión convertida en alojamiento. Si existen lugares mágicos, esta isla es uno de ellos, pasear por sus playas al atardecer con los delfines surfeando las olas, es una de esas experiencias que se tatúan en la retina de cualquiera, y al caer la noche la misma playa se convierte en una suerte de cielo estrellado por el que pasear.
A Ana le encantaba andar hasta el final de la playa entre la sonrisa de los niños que siempre la rodeaban, en esta isla encontró, la mejor inspiración para el cuento mágico que debía ser su vida.
Pero debíamos regresar. Los occidentales siempre planificamos los viajes con inicio y final, y así nos alejamos en barco desde Karabanne hasta Dakar, pero ignorábamos que África se iba a pegar en nuestra piel, no solo en forma de olor rancio, sino como una pequeña peca primero que se extendería para ser parte finalmente parte completa de nuestra alma.
El viaje a Senegal nunca termino, el invierno de ese mismo año Fally consiguió llegar a Barcelona, huyendo de su enfermedad mientras yo huía de mi armadura oxidada, los dos compartimos grandes momentos, los mas grandes y tristes que dos amigos pueden vivir. Al año siguiente un 17 mayo Fally traspaso, de su mano, fuerte y áspera, dejo en mi, parte de su esencia, y con su mirada la obligación de regresar a África, de vez en cuando en busca del origen, la pregunta y las miradas que responden.
De los siete rollos de Fuji Sensia 100 y una película Agfa monocromo, nació el reportaje Miradas, que se presento públicamente en La Reina de áfrica y Can Baste, en formato proyección. ver la galeria